CRÓNICAS DEL FRACASO

CRÓNICAS DEL FRACASO

oriol espinal

1990 - 2001

46 páginas

poesía

ISBN-13: 979-8378388554

1

un sueño

Como todo invitaba a pensar que aquel estío era real, tú salías de casa y trepabas a la higuera, y en cuanto alcanzabas las ramas de la copa ahuyentabas a pájaros y avispas y te comías los higos profanados. Luego asomabas la cabeza entre los pámpanos y mirabas la línea curva del horizonte, y el velero que araba la mar, y la gaviota que se escurría del molde del aire, y los frágiles muros de los pinares, y el agave muerto y en flor, y las nubes teñidas de rosa, de lila y de carmín. Finalmente, bajabas del árbol y convocabas a tus hijos de barro, y en cuanto los tenías enfrente, te acercabas al más torpe y con la verdad lo desnudabas. Insatisfecho de tu obra y dando inicio a un nuevo fracaso, le repintabas el rostro y le rehacías las manos.

 

2

aguas

Siempre te había gustado ir a la playa a cosechar guijarros, y allí mismo decorarlos con garabatos y palabrotas, y luego lanzarlos y mirar cómo intentaban eludir la muerte dando saltitos sobre la piel del agua.

Y mientras anochecía, también te gustaba tumbarse en la arena y abrir la puerta a un nuevo artefacto poético, y—si su rosa no sangraba— dejarlo caer en el pozo sucio de la memoria, observando cómo sus versos se disolvían poco a poco, igual que pepitas de oro sumergidas en agua regia.

 

3

inviernos

Durante aquellos años necesarios, los frutos de tu esfuerzo a menudo se echaban a perder, dejando de paso un resabio amargo en tu alma. En verdad que no era grato tener que bregar entre quienes poseían el poder de pegar fuego a las sombras, ese talento que habría caldeado tu celda si, con la entereza de una almenara en plena guerra, antes hubieras bebido el agua de las palabras no dichas, pero también si hubieras seguido los consejos del guardián de aquel templo dedicado a un dios no nato, los consejos de aquel anciano que te había hablado de los desiertos donde sobraba espacio para nuevos laberintos, donde los metales, mármoles y pigmentos, indefensos ante el empuje de un querer bien encaminado, indolentes aceptaban el expolio, el sacrificio.

 

4

nocturno

El espacio que en las noches de julio delimitaban los árboles, redimía el tiempo estéril donde las mieles del sueño te habían rehuido. Tú deseabas dar caza a un búho nival, arrancarle las alas, emplumarte las manos y el rostro, pues para saquear el bosque de las palabras precisabas las herramientas de los druidas, de los brujos que tocaron el corazón de la noche y el sexo de la sombra. Todos los poetas saben que las noches, y los sueños, son ricas en signos ignotos, en manjares que abren la pupila de los ojos del búho nival. Pero en tus sueños no siempre te resultaba posible ir de caza. Había noches en que un alud de troncos y ceniza sepultaba al búho nival, y también a las serpientes y las ranas, a los cuervos y los mirlos. Y a ti se te antojaba que todo aquello era la muerte. Por la mañana, como de costumbre, tu cuaderno solo recibía la crónica de un nuevo fracaso: un premio de consolación.

 

5

silencios

 

So atmen die Brände der Zeit

(Así respiran los incendios del tiempo)

Paul Celan 

 

En todo reencuentro refulge algún fracaso. El nuestro iluminó el bosque que las hogueras del tiempo habían devastado, el bosque donde tus ojos enmascaraban la claridad de los signos y mis latidos alimentaban el miedo a una verdad desvelada. Latidos y ojos que hoy son piedras sepultadas bajo el limo de los años perdidos. Si las extraigo, y las lavo, y las acaricio, me dicen que soy el actor de un interludio donde la ausencia se sublima en transparente presencia; me dicen que a ti te dicen que el silencio no es agua para regar las semillas que yo planté en tu pecho; me dicen que ya no te agrada escuchar esa voz soñada cuando te incita a convertir mis ojos viejos en ocasos de miel seca y ámbar rajado; me dicen que si el bosque reverdece y el círculo se cierra, seré yo quien entonces te muestre los porvenires improbables, y quien labre tu mente con imágenes del dios que habita en mí, y quien se niegue a perturbar el silencio elocuente que aún hoy nos amordaza si la vergüenza nos clava su aguijón. Luego las piedras callan y el cieno se las traga. Y al caer la noche, como penitencia por no haber regado el árbol dormido, nuevamente y por separado deberemos sufrir los sueños recurrentes: despiadada y voraz alimaña que se agiganta con las cenizas del tiempo.